1.4. La mente bicameral

SOMOS seres humanos conscientes, que tratamos de entender la naturaleza humana. La descabellada hipótesis a la que llegamos en el capítulo anterior es que, en cierto momento, la naturaleza humana se dividió en dos, una parte ejecutiva llamada un dios, y una parte que seguía llamada un hombre. Ninguna de ellas era consciente, lo cual es algo que nos resulta punto menos que incomprensible, pero como somos conscientes y deseamos comprender, queremos reducir esto a algo familiar en nuestra experiencia, que según vimos en el capítulo Il es la naturaleza de la comprensión. Y esto es lo que voy a intentar en el presente capítulo.

EL HOMBRE BICAMERAL

Muy poco puede decirse para hacernos familiar el lado humano de la cuestión, a no ser que nos refiramos al primer capítulo, para recordar las muchas cosas que se hacen sin ayuda de la conciencia. Pero, ¡cuán poco satisfactoria es una lista de noes! De algún modo, aún nos queremos identificar con Aquiles. Seguimos sintiendo que debe haber, que forzosamente debe haber algo que sienta en su interior. Lo que queremos hacer es inventarle un espacio mental y un mundo de conductas análogas, justamente como lo hacemos en nosotros mismos y en nuestros contemporáneos. Y esta invención, afirmo yo, no es válida para los griegos de este periodo.

Quizá nos pueda ayudar una metáfora de algo cercano a ese estado. Al conducir un auto, no me siento como un conductor “del asiento trasero” que me dirige a mí mismo, sino que me dedico y entrego a la tarea con poca conciencia.1 En realidad, mi conciencia participará probablemente en alguna otra cosa, por ejemplo en una conversación con alguien en caso de que alguien vaya de pasajero, o en pensar, quizá, en el origen de la conciencia. Sin embargo, el comportamiento de mis manos, pies y cabeza está casi por completo en un mundo diferente. Al tocar algo, resulto tocado; al volver la cabeza, el mundo se vuelve hacia mí; al ver, estoy relacionado con un mundo al cual obedezco inmediatamente en el sentido de marchar sobre el camino y no sobre el acotamiento. Y no estoy consciente de nada de esto; y por supuesto, tampoco soy lógico. Estoy atrapado, inconscientemente dominado, si se quiere, en una reciprocidad total interactuante de estímulos que pueden ser constantemente amenazadores o reconfortantes, atractivos o repugnantes, en que respondo a los cambios del tráfico y a sus aspectos particulares con ansiedad nerviosa o confianza, seguridad o inseguridad, mientras que, por su parte, mi conciencia sigue atendiendo a otros temas.

Ahora bien, para saber cómo sería un hombre bicameral simplemente hay que quitar esa conciencia. El mundo ocurriría para él, y sus actos sucederían como una parte inextricable de ese acaecer sin ninguna conciencia. Supongamos ahora que se presenta una situación nueva, la amenaza de un accidente, un camino obstruido, un neumático picado, el motor que falla, y en este caso, nuestro hombre bicameral no haría lo que usted y yo haríamos, es decir, rápida y eficientemente llevar nuestra conciencia a la cuestión y narratizar qué hacer. Tendría que esperar a que su voz bicameral con la sapiencia admonitoria acumulada a lo largo de su vida le dijera, de modo no consciente, qué hacer. …

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